«… tampoco yo»
Lectura del santo Evangelio según San Juan 8, 1-11 En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba. Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?». Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra». E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos, Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?». Ella contestó: «Ninguno, Señor». Jesús dijo: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más». Palabra de Dios
A TUS PIES - Florentino Ulibarri Aquí estoy, Señor, a tus pies, asustada, y aturdida, temblorosa y silenciosa, estremecida y expectante, sabiendo que he llegado acusada, pero sintiendo que avivas, en mi corazón, las cenizas del deseo y la esperanza y despiertas, con tu mirada y roce mis entrañas yermas. Aquí estoy, Señor, a tus pies rodeada por quienes ves y sus corazones de piedra, abrumada por mis hechos y mi conciencia mal enseñada, juzgada y condenada sin poder decir una palabra. Soy carne despreciada y chivo expiatorio de quienes pueden y mandan Aquí estoy, Señor, a tus pies sin dignidad ni autoestima, con los ojos desorientados pero con el corazón palpitando, con el anhelo encendido, con el deseo disparado, aguardando lo que más quiero – tu abrazo–, luchando contra mis fantasmas y miedos, desempolvando mi esperanza olvidada, y nuestros encuentros y promesas enamoradas. Aquí estoy, Señor, a tus pies, medio cautiva, medio avergonzada, necesitada, sin entender nada... pero queriendo despojarme de tanto peso e inercia, rogándote que cures las heridas de mi alma y orientes mis puertas y ventanas hacia lo que no siempre quiero y, sin embargo, es mi mayor certeza. Aquí estoy, Señor, a tus pies., ¡Tú sabes cómo!
Y para los más pequeños:
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