«… el alimento que perdura»
Lectura del santo Evangelio según San Juan 6, 24-35 En aquel tiempo, cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?». Jesús les contestó: «En verdad, en verdad os digo: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a este lo ha sellado el Padre, Dios». Ellos le preguntaron: «Y, ¿qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?». Respondió Jesús: «La obra que Dios es esta: que creáis en el que él ha enviado». Le replicaron: «¿Y qué signo haces tú, para que veamos y creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: “Pan del cielo les dio a comer “». Jesús les replicó: «En verdad, en verdad os digo: no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo». Entonces le dijeron: Señor, danos siempre de este pan». Jesús les contestó: «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás». Palabra de Dios
¿SE PUEDE CREER, SEÑOR, DESDE EL BIENESTAR? - Florentino Ulibarri Señor, ¡cuántas veces, consciente o inconscientemente, idealizamos y anhelamos el bienestar, el bien vivir! Lo importante, en nuestra escala de valores, en nuestro proyecto de vida, en nuestro programa, en nuestro compromiso, en nuestro horizonte... es vivir cada vez mejor: tener salud, dinero y amor, trabajo y vivienda, descanso y vacaciones, protección y seguridad, derechos adquiridos, y una economía saneada libre de preocupaciones... pues solo así logramos el reconocimiento de los demás, la autoafirmación personal y, en definitiva, la felicidad. Pero el bienestar nos lleva, temprano o tarde, a un modo de vivir superficial, insensible, y ciego para las dimensiones más profundas del ser humano; y, entonces, nuestra fe se desvirtúa. Desde él solo queda sitio para un dios milagrero y una religión centrada en lo individual y privado, donde la fe y la espiritualidad se convierten, con frecuencia, en mero alivio de frustraciones y de problemas personales. Y pronto, Señor, te convertimos en un elemento más de seguridad personal al servicio de nuestro ideal de bienestar. Señor, hoy necesitamos escuchar nuevamente tus palabras junto al lago de Tiberíades, creérnoslas y hacerlas alimento saludable para no desfallecer en el camino y tener la vida que nos prometiste. Vosotros me buscáis porque comisteis hasta saciaros. Trabajad, no por el alimento que perece, ni por los manás de moda, sino por el pan que perdura y da vida verdadera.
Y para los más pequeños:
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