«… lo que es del Cesar»
Lectura del santo evangelio según san Mateo 22, 15-21 En aquel tiempo, se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta. Le enviaron algunos discípulos suyos, con unos herodianos, y le dijeron: «Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad, sin que te importe nadie, porque no te fijas en apariencias. Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o no?». Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: «Hipócritas, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto». Le presentaron un denario. Él les preguntó: «De quién son esta imagen y esta inscripción?». Le respondieron: «Del César». Entonces les replicó: «Pues dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». Palabra de Dios
SER CRISTIANOS Y SER CIUDADANOS - Florentino Ulibarri Hoy y siempre, nos guste o no, preguntar por la licitud de un impuesto, cuando tenemos dinero y patrimonio y vivimos muy dignamente, es querer defendernos frente a los otros -sean el césar, la hacienda pública, los pobres de la acera o la propia conciencia-. Y querer que Tú aclares y justifiques nuestros quereres de servir a dos señores -cuando nos conviene- o de enfrentarlos sin escrúpulos -cuando nos conviene-, es jugar a ser hipócritas aunque no aparezcamos en la escena y sean otros los que abren las puertas. Aquel día que, mirándonos a los ojos, dijiste "al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios", abriste una brecha en el horizonte: proclamaste la soberanía de Dios Padre, la autonomía de la creación entera, la libertad de conciencia de las personas, la repulsa de toda ideología política y religiosa y el uso de Dios para nuestros intereses. Sabemos que no es evangélico llegar a Dios por la presión del poder que impera ni defender el estado apelando a su voluntad. Con el proyecto de Dios no se juega. No hay nadie, por grande que sea, dentro o fuera de la iglesia, que pueda adueñarse del mismo, o hacerse su guía, apelando a poderes, leyes y costumbres o a la gracia divina. Y como lo de Dios tiene que ver, no solo con las cosas religiosas, también con las realidades y decisiones políticas, toda iglesia que quiera ser evangélica no puede quedarse encerrada ni en los corazones ni en las sacristías; ha de salir a las plazas públicas para defender el proyecto de Dios y la autonomía de la sociedad laica. Por eso, Señor, enséñanos a ser cristianos y ciudadanos.
Y para los más pequeños:
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