«… Escuchadlo»
Lectura del santo evangelio según san Mateo 17, 1-9 En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y subió con ellos aparte a un monte alto. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. De repente se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y una voz desde la nube decía: «Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo». Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: «Levantaos, no temáis». Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo. Cuando bajaban del monte, Jesús les mandó: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos». Palabra de Dios
LUGARES DE ENCUENTRO, TABORES GRATUITOS - Florentino Ulibarri Las personas con espíritu, y las que sufren y lloran por el camino. Los niños que viven, sonríen y besan, y los que tienen un cruel destino. Los horizontes limpios y abiertos, y los bosques con penumbra y espesos. Los rincones con duende y el centro de las ciudades. Manantiales, ríos y fuentes, y los desiertos y oasis de siempre. Las altas cumbres no holladas y las sendas que van y vienen. Los mares que acarician y mecen, y los bravíos que se enfurecen. Las oscuras tormentas de verano y los olores que dejan a su paso. Las alboradas frescas y claras y los rojos y serenos atardeceres. El silencio de la noche que se expande, y el murmullo de las criaturas vivientes. Los frutos de los árboles de secano, y el aceite de oliva virgen. Las blancas salinas que reverberan, y las playas y calas serenas. El frescor y la paz de las iglesias, y sus obras de arte siempre a la vista. La luna y las estrellas lejanas, y la terraza de nuestra casa. La sonrisa clara de quienes aman, y la despedida de quienes se marchan. Los hijos que se tienen y crecen, y los padres y madres que ejercen. Los besos gratuitos y los furtivos, dados, recibidos, compartidos. El lenguaje con que nos comunicamos, y las manos con que nos acariciamos. Las cosas sencillas de siempre sin dogmas, sin comentarios y sin moniciones, y las sorpresas que nos deparan a lo largo de toda la jornada. Este cuerpo que nos has dado para comunicarnos y gozarnos, y los miedos y sorpresas que se cuelan todos los días en nuestras venas. A veces el sagrario, a veces las ermitas, a veces las nobles catedrales, a veces, hasta el agua bendita... ¡Siempre, tu rostro hermano en la calle! Tabores cotidianos, Tabores gratuitos, Tabores evangélicos, Tabores muy humanos. Son tantos y tantos los Tabores para encontrarte y encontrarnos en el camino, que hoy me siento envuelto en tu misterio con el corazón y el rostro resplandecidos.
Y para los más pequeños:
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