«Bienaventurados vosotros cuando…»
Lectura del santo evangelio según san Mateo 5, 1-12a En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; y, abriendo su boca, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo». Palabra de Dios
ORACIÓN DE ANA: AQUÍ ESTOY, SEÑOR - Florentino Ulibarri Aquí estoy, Señor, en el umbral de tu tiempo, estremecida, aturdida, vigilante, expectante... enamorada, percibiendo cómo avivas en mi pobre corazón los rescoldos del deseo de otros tiempos. Aquí estoy, Señor, en el umbral de tu tiempo, sintiendo cómo despiertas, con un toque de nostalgia, mi esperanza que se despereza y abre los ojos, entre asustada y confiada, deslumbrada por el agradecimiento. Aquí estoy, Señor, en el umbral de tu casa, enfrentada a las paradojas de esperar lo inesperable, de amar lo caduco y débil, de confiar en quien se hace humilde, de enriquecerse entregándose. Aquí estoy, Señor, en el umbral de tu casa, con la mirada clavada en tus ojos que me miran con el anhelo encendido y el deseo en ascuas, luchando contra mis miedos, queriendo entrar en tus estancias. Aquí estoy, Señor, en el umbral de tu tiempo y casa, medio cautiva, medio avergonzada, a veces pienso que enamorada, queriendo despojarme de tanto peso, inercia y susto... para entrar descalza en este espacio y tiempo de gracia. Aquí estoy, Señor, en el umbral de tu tiempo y casa, intentando traspasar la niebla que nos separa, rogándote que enjugues tú mis lágrimas, queriendo responder a tu llamada con alegría y salir de mí misma hacia el alba. Aquí estoy, Señor, orientando el cuerpo y el espíritu hacia el lugar de la promesa que no veo, aguardando lo que no siempre quiero, lo que desconozco, lo que, sin embargo, es mi mayor certeza y anhelo. Aquí estoy, Señor, ¡Tú sabes cómo, mejor que nadie! ¡No te canses de venir! ¡No te canses de llegar! ¡No te canses de entrar en nuestras vidas y en nuestras historias! Yo continuaré aquí, confiando en tu promesa y anunciando tu presencia.
Y para los más pequeños:
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